Cómo las jóvenes de Argentina ganaron la lucha por la legalización del aborto

Yael Crupnicoff  | 

(Cortesía de Yael Crupnicoff)

(Cortesía de Yael Crupnicoff)

Yael Crupnicoff, estudiante de 18 años, escribe sobre su participación en el movimiento a favor de los derechos sexuales y reproductivos.

Cuando tenía 15 años, le pregunté a mi mamá si podía ir con un grupo de chicas mayores de mi escuela a marchar en apoyo a la legalización del aborto. Sentía que esas chicas estaban haciendo historia a través de su activismo, tanto como los mismos legisladores. Y no quería que un hito tan increíble para las chicas y mujeres de mi país se produjera sin mi participación. Yo quería ser parte de esa historia y estar rodeada de otras chicas como yo en ese momento en el que todas nos volveríamos más libres. Pero mi mamá se opuso rotundamente a que fuera a la manifestación. Me explicó que yo era demasiado joven y que las marchas eran peligrosas. No había manera de que me dejara ir sola. Entonces le dije: “Muy bien. ¿me llevarás entonces?”

Mi mamá no había participado en una manifestación desde que la restauración de la democracia argentina en 1983. No obstante, estuvo de acuerdo, así que fuimos a pararnos frente al Congreso mientras la Cámara Baja debatía el proyecto de ley del aborto. Es un día que nunca voy a olvidar: estar paradas con mi mamá en medio de la multitud que se extendía nueve cuadras y oír miles de voces cantar como si fueran una. Personas desconocidas me sonreían mientras memorizaba rápidamente los cantos y cantaba junto con ellas. Ante todo, recuerdo la sorpresa de mi mamá mientras miraba a nuestro alrededor y decía: “Guau. Este lugar está lleno de chicas.” 

(Cortesía de Yael Crupnicoff)

(Cortesía de Yael Crupnicoff)

Eso fue en agosto de 2018. Ese año, el proyecto de ley se aprobó en la Cámara Baja del Congreso, pero el Senado lo rechazó. El movimiento tuvo que esperar hasta diciembre de 2020 para finalmente tener éxito y que el aborto fuera legal en Argentina. Y en todo ese tiempo, fuimos nosotras, las jóvenes, quienes estuvimos al frente de la lucha.

Yo era estudiante de segundo año en la escuela secundaria cuando el movimiento por los derechos reproductivos adquirió un enorme impulso. En Argentina se lo conoce como la “ola verde” por los pañuelos de ese color que usábamos para respaldar la causa. Estos reclamaban que los abortos fueran legales, seguros y gratuitos.

Queríamos que los abortos fueran legales porque ya se estaban realizando alrededor de 500,000 por año, pero de forma clandestina, ya que tanto las mujeres como los médicos involucrados podían enfrentar un proceso judicial. Queríamos que fueran seguros porque los abortos ilegales realizados en condiciones insalubres eran una de las principales causas de muerte para las mujeres argentinas embarazadas. Y queríamos que fueran gratuitos porque muchas de las mujeres que estaban muriendo pertenecían a los sectores más pobres de nuestro país y no tenían otra opción más que recurrir a proveedores no capacitados o a abortos autoinducidos. El control sobre nuestro cuerpo no podía ser un privilegio reservado para una fracción pequeña de la población. Los abortos debían ofrecerse en nuestros hospitales públicos para cualquier persona que los necesitara.

El control sobre nuestro cuerpo no podía ser un privilegio reservado para una fracción pequeña de la población. Los abortos debían ofrecerse en nuestros hospitales públicos para cualquier persona que los necesitara.
— Yael Crupnicoff

No fue una tarea fácil lograr que un país con raíces profundamente conservadoras y una gran población católica pensara en la libertad reproductiva como un derecho humano. Nos encontramos con reacciones extremadamente violentas, muchas de las cuales estaban arraigadas en la desinformación y la misoginia. Fue especialmente desalentador cuando estas reacciones provenían de nuestros propios legisladores. Los opositores respondían a nuestros reclamos afirmando que la legalización del aborto no era la solución real, que, en lugar de “asesinar a los niños por nacer,” las mujeres debíamos ser más inteligentes con respecto a nuestras elecciones sexuales. Nuestro contraargumento era que la campaña se centraba no solo en el aborto, sino también en la salud sexual y reproductiva en su conjunto. Ya había muchas leyes vigentes para proteger la autonomía de las mujeres sobre su cuerpo, pero en la práctica no se estaban implementando, y queríamos cambiar eso. Por ejemplo, mediante una ley de 2006, la educación sexual se hizo obligatoria en todo el país, pero en 2018, el 79 % de los estudiantes de escuela secundaria manifestó que no la estaba recibiendo. Nuestro objetivo era que las mujeres y chicas tuvieran opciones y conocimiento mucho antes de llegar a un embarazo no deseado. Por este motivo, el lema de nuestros pañuelos verdes era el siguiente: “Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir.”

El fallo de 2018 fue un golpe duro para nosotras porque por un tiempo pareció que finalmente ganaríamos. Sin embargo, aunque aún no habíamos tenido éxito en el Congreso, todas empezamos a sentir las repercusiones de nuestro movimiento en otras áreas. El tema de la libertad reproductiva se hizo presente en las charlas de las cenas familiares, los encuentros con amigos, los programas de televisión y las aulas. Seguramente, muchas de las conversaciones que se tuvieron sobre el tema no terminaron (o no siquiera empezaron) con amabilidad y una voluntad genuina de escuchar a los demás. Pero muchas de ellas lo hicieron. Las conversaciones en las que yo participé me permitieron comprender puntos de vista diferentes a los míos y me enseñaron el valor del diálogo verdadero basado en los hechos y el respeto. Y para muchas de las personas que participaron en estos diálogos, fue la primera vez que se detuvieron a pensar en la opresión de las mujeres en nuestra sociedad, la primera vez que escucharon la palabra “feminismo.” 

(Cortesía de Yael Crupnicoff)

(Cortesía de Yael Crupnicoff)

En mi escuela, la ola verde tuvo un gran impacto. En las paredes comenzaron a aparecer carteles que decían “Mi cuerpo, mi decisión,” “Iglesia y Estado, asuntos separados” y “Las mujeres unidas jamás serán vencidas.” Comenzaron a circular cadenas de mensajes de texto, que organizaban marchas estudiantiles. Las chicas de los cursos más altos estaban tomando la iniciativa y guiando a las más jóvenes. Por primera vez en la historia de mi escuela, las conversaciones sobre política inundaron nuestras aulas, y no pudieron contenerse solo allí. Tuvimos una asamblea sobre la importancia del problema y conseguimos que el director aceptara dejarnos marchar de la escuela al Congreso.

Juntas, gracias a esta ola verde, las jóvenes de toda Argentina aprendimos a navegar las aguas del activismo, a usar el poder de la organización. La ola verde nos llevó a nuestras primeras marchas. Trajo canciones, carteles y mucha purpurina. Nos permitió conocer a personas que nunca habríamos conocido si no hubiéramos estado unidas por nuestro deseo de crear un mundo mejor. Nos hizo vestir el color verde con orgullo y dibujar corazoncitos y puños verdes en todos los lugares donde podíamos. Propició muchos abrazos, miradas, palmadas en la espalda y alegría y dolor compartidos con innumerables mujeres. Mediante el poder de las manifestaciones, el arte, la educación y, lo que es más importante, las conversaciones significativas con otras personas, hicimos del aborto un asunto público. Los derechos reproductivos pasaron de ser algo que preocupaba solamente a un puñado de personas, a dominar la conversación pública. Ganamos tanto terreno que para el 2020 parecía imposible que el Congreso pudiera votar en nuestra contra.

Juntas, gracias a esta ola verde, las jóvenes de toda Argentina aprendimos a navegar las aguas del activismo, a usar el poder de la organización.
— Yael Crupnicoff

El radiante día de verano en que el proyecto de ley finalmente se aprobó, en diciembre de 2020, miré cómo sucedía todo desde la soledad de mi casa, porque la pandemia me impidió pararme frente al Congreso nuevamente. Anhelaba estar allí, para celebrar después de tantas marchas de no poder hacerlo. Sentía una necesidad enorme de abrazar a alguien. Abrazar a las grandes mujeres que se abrieron camino y mantuvieron esta campaña viva desde 2003. Abrazar a las chicas más jóvenes a quienes había tenido el placer de guiar en nuestro activismo, y a las profesoras y mentoras que me guiaron a mí. Incluso quería abrazar a esa chica de 15 años, que había arrastrado a su madre a su primera marcha, que había escrito tantas veces sobre la derrota y que había soñado escribir sobre la victoria.

Ese día, pensé en las chicas que vendrían después de mí, que algún día, afortunadamente, pensarán en el aborto como yo pienso en el voto, la educación o el divorcio, sorprendidas de que alguna vez hubo una época en la que las mujeres tuvieron que luchar por estos derechos. Quería que todas las chicas supieran que habíamos navegado estas aguas embravecidas por ellas, al igual que yo sé que otras mujeres antes de mí lo hicieron por nosotras. Las sentí a todas dentro de mí, navegando la misma ola verde hacia la igualdad. A partir de ahora, solo podemos navegar hacia adelante.

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Yael Crupnicoff

is an 18-year-old social studies student living in Buenos Aires, Argentina. She is an artist, climate and children’s rights activist and member of TEDxRíodelaPlata. You can find her on Instagram.