Las universidades en México no están protegiendo a sus estudiantes
(Cortesía de Saraí López)
Saraí López, de 18 años, describe las amenazas que muchos estudiantes enfrentan en los campus universitarios.
Se sabe que las calles de México están llenas de violencia, corrupción e inseguridad. Desafortunadamente, nuestras escuelas y universidades van por el mismo camino también.
Debido a que los directivos y empleados de la administración son corruptos y roban o desvían los fondos para la educación, algunas escuelas mexicanas se quedan sin fondos para la tecnología, infraestructura, e incluso servicios básicos, como agua corriente o papel higiénico. En lugar de contratar educadores calificados, los políticos venden los puestos de maestro en las escuelas públicas y rurales. Las escuelas se ven como instrumentos políticos y educar a los estudiantes pasa a segundo plano.
Las instituciones de educación superior no son inmunes a estos problemas. En su camino a clases y en el campus, los estudiantes de las universidades en México se ponen en riesgo de violencia, asalto, acoso sexual, violación, e incluso la muerte.
Pasé unos meses estudiando en una escuela pública y la dejé porque no cumplía con mis aspiraciones educativas. En ese breve tiempo, conocí de primera mano los peligros que enfrentan los estudiantes universitarios. Apenas antes de que empezara mi licenciatura, las estudiantes me contaron de los problemas de acoso sexual y su encubrimiento en el campus; entonces otras universidades públicas y privadas en mi ciudad revelaron más encubrimientos y situaciones similares. Cuando comencé mis estudios, a una compañera de unos semestres adelante de mí la atropelló un autobús de camino a la escuela y murió porque la universidad no tenía señales de cruce en la calle. Ese mismo día, un asaltante disparó y mató a otro estudiante que estaba en camino a clases. Fue entonces que me di cuenta de que a pesar de que las escuelas son los segundos hogares de muchos estudiantes, no son lugares seguros.
Uno de los ejemplos más conocidos de la falta de seguridad personal de los estudiantes de las universidades mexicanas ocurrió en Guadalajara el año pasado. Tres estudiantes de cine: Javier Salomón Aceves Gastélum, Marco García Francisco Ávalos y Jesús Daniel Díaz, se encontraban filmando un cortometraje a las afueras de la ciudad. No sabían que dos carteles de drogas estaban peleando muy cerca. Uno de los líderes de un cartel asumió que los jóvenes eran infiltrados y los secuestraron. Interrogaron a Javier, Marco y Jesús, y aunque estos insistieron en que eran estudiantes, el cartel se rehusó a dejarlos ir. Los miembros del cartel golpearon y mataron a los estudiantes y disolvieron sus cuerpos en ácido.
(Cortesía de Saraí López)
Y nunca nos olvidaremos de lo que les pasó a los estudiantes de Ayotzinapa. En septiembre del 2012 desaparecieron 43 estudiantes de una escuela normal rural. Según los informes oficiales, los estudiantes viajaban a la Ciudad de México desde Tixtla, Guerrero, para conmemorar la masacre de estudiantes de 1968 (un ejemplo histórico de violencia contra los estudiantes en México). La policía local interceptó los autobuses de los estudiantes y comenzó a disparar. Seis estudiantes murieron y se llevaron a 43 más. Todavía hay muchas preguntas sin responder sobre esta tragedia. ¿Por qué se los llevó la policía? ¿Por qué dispararon? ¿Están muertos? ¿Dónde están? Hasta el día de hoy, ni los padres de las víctimas ni el público en general conocen la versión real de los hechos.
No se trata de un problema sólo de las universidades públicas. Hemos escuchado historias similares de estudiantes de universidades privadas que tienen la capacidad de dedicar más fondos a la seguridad también. En 2010, Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo, dos graduados de una de las más prestigiosas escuelas privadas en México, fueron asesinados en el campus de su escuela después de que militares mexicanos los confundieran con narcos. Después de que los mataron, se manipuló la escena del crimen para que pareciera que los estudiantes eran en realidad criminales.
(Cortesía de Saraí López)
Las universidades en México deben luchar por la seguridad de sus estudiantes. Vemos violencia todos los días y pensamos que es normal; pero no lo es. Para empezar, las universidades necesitan invertir en protección básica y guardias de seguridad. Las calles tienen que tener semáforos y señales para peatones, al igual que autobuses seguros y económicos para los estudiantes. No debe tolerarse el acoso sexual. Las universidades tienen que mejorar sus sistemas para encarar estas acusaciones y apoyar a las víctimas, además de instrumentar políticas para despedir a los culpables. La seguridad es uno de los derechos básicos que debemos a los estudiantes mexicanos, no por el discurso común de que “son el futuro”, sino porque al ser humanos, merecen estudiar y aprender con seguridad. El lugar de los estudiantes es en el salón de clases, no en la primera página de los periódicos debido a un incidente trágico o peligroso.
Me encantaría hablar más acerca de los desafíos que enfrentan los estudiantes universitarios mexicanos y dar a conocer las historias que siguen sin contarse. Deseo que nuestras universidades sean lugares de seguridad y aprendizaje. Una cosa es verdad: los estudiantes mexicanos lucharán por una educación de calidad, por ser educados, por la seguridad dentro y fuera de nuestras escuelas.
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